BOXEO ARGENTINO

El boxeo argentino quedó acéfalo

La muerte Don Luis Romio, presidente de la FAB, , no por previsible es menos dolorosa, dejó un vacío inoportuno en el pugilismo nacional que ahonda la crisis. Ojalá sea el punto de inflexión.

Por GUSTAVO NIGRELLI (especial para A LA VERA DEL RING).

Le faltaba un mes para cumplir los 82 a Luis. Tenía una vida –en serio- en el boxeo, primero como el hijo del casero de la FAB –Costantino Romio-, luego como boxeador amateur hasta los 20 años, después como DT, árbitro/juez, y más tarde como dirigente, pasando por todos los cargos del Consejo Directivo, desde vocal suplente hasta presidente de la entidad madre del boxeo argentino.

“Don Luis”, “Luis”, “El Gordo Romio”, eran las distintas formas de referirse a él según las épocas en que cada cual lo había conocido, cuanto más antes, más familiarmente como El Gordo. Éste escriba siempre lo trató de usted a Luis, desde hace más de 35 años.

Profesor de Artes Visuales, Dibujo, Pintura y Escultura recibido en Bellas Artes, Licenciado en Historia, hijo de inmigrantes italianos, la FAB fue su casa real y sentimental, a la que presidió desde 2016 cuando Osvaldo Bisbal renunció a la misma tras 25 años.

Había sido renovado su puesto a mediados de julio, ahora con el propio Bisbal como vice, fórmula que sólo duraría hasta diciembre -se pasó para marzo- en que tocaba ir a nuevas elecciones presidenciales en las que pensaba presentarse para un período más.

Pero estaba enfermo hacía varios años, especialmente de los riñones que se dializaba diariamente, aunque también de problemas cardíacos, de lo que fue operado hace unos años: una obstrucción en las arterias, motivo que a la postre lo llevó a su deceso, porque venía con dificultades respiratorias a raíz de ello y debía realizarse otra intervención, que tenía programada prontamente. Pero no aguantó.

En la madrugada del domingo 8 de agosto, exactamente un mes antes de cumplir los 82, como si fuera después de haber finalizado una de las tantas veladas sabatinas, estando en su casa, Luis dijo basta, o mejor dicho, San Pedro lo llamó, porque él hubiera seguido.

No dejó de acudir nunca a Castro Barros 75. Todos los días -o casi todos- subía las escaleras, aunque últimamente sólo hasta el 1º piso, no ya hasta el 2º donde estaba su oficina.

Seguía sus varios proyectos, en especial el de Boxeo Infantil Sin Contacto, más la Escuela de Boxeo (formación de árbitros/jueces y DT), e insistía incansablemente con la “federalización” del boxeo en el país, haciendo participar lo más posible vía zoom a los presidentes de todas las Federaciones, Asociaciones, o Comisiones Municipales del interior.

Ya se le había pasado un poco la obsesión por hacer la Fiesta de los 100 Años de la FAB, que se cumplieron en marzo de 2020, justo cuando comenzaba la pandemia que postergó la fecha de la que ya estaban vendidas y colocadas las muchas entradas que proyectaba (alrededor de 500 en total, entre pagas e invitaciones), y el libro de los 100 años de la FAB, que ya está escrito, con la colaboración desinteresada de 10 distintos colegas, cada cual con el tratamiento de una década en particular, pero que aún no pudo ser impreso.

Tenía avidez por que se supiera la historia del boxeo argentino, especialmente de la FAB, y se pasaba contando curiosidades con la necesidad de que se vieran reflejadas, que no se perdieran en su memoria, no llevárselas a la tumba, y que la transmisión –primero oral- ante los periodistas, y luego escrita, algún día vieran la luz y se inmortalicen.
Pero claro, Luis. Claro.

Muchas más cosas quería hacer, y no podía. El proyecto de remodelación de la FAB era otra. El campeón provincial, la licencia única, en fin. Creó la Comisión de la Mujer, regionalizó el país por Zonas para favorecer, facilitar y abaratar el campeonato nacional amateur, y aranceló el gimnasio para agregar el boxeo recreativo.

El lunes lo velaron en su propia casa: la FAB. La muerte lo sorprendió en plena tarea, tras un paro cardíaco súbito. Tardó lo que su hija Florencia demoró en ir a buscar un ventilador que le pidió porque le faltaba el aire. Dejó la vida trabajando. Pero fue el presidente en ejercicio del Centenario del Boxeo Argentino, y eso quedará así en la historia para siempre.

Cuando se publique “el libro de los 100 años” habrá de ser de esa forma inmortalizado y lo podrá leer en el cielo junto a su padre, que seguramente estará orgulloso de él. Quién lo hubiera imaginado.

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