POR GUSTAVO FERRADANS.- El 8 de julio de 2009 quedó el rincón vacío, y once años después del inicio de su largo viaje, parece más evidente su ausencia. En aquella fría jornada, el reloj marcaba las 2 de la mañana cuando la muerte abrazó a Alcides Rivera y el deporte de Villa María se quedó sin su maestro, el hombre que durante casi cuatro décadas marcó un antes y un después en el boxeo de su región.
Alcides venía esquivando su encuentro con la muerte desde hacía un tiempo. Las complicaciones de una diabetes habían dejado fuertes secuelas en su vista y en su cuerpo. Esa misma enfermedad, se convirtió en el árbitro que lo obligó a tirar la toalla y abandonar esta lucha desigual.
Fue, seguramente, el mayor referente del boxeo de la ciudad, formador de decenas de pibes que se ilusionaban con noches repletas de gloria calzándose por primera vez los guantes y haciendo ´sombra´ frente al gran espejo del gimnasio, que durante años tuvo adherida una calcomanía con el logotipo de El Diario.
Muchos de sus pupilos supieron llevar su sello, con fuerte influencia de la ´vieja escuela mendocina´, la postura de guardia elegante, el caminar correctamente el ring, con desplazamiento laterales para anular el ataque de un rival, con la izquierda perfecta en punta para abrir el espacio donde combinar un derechazo cruzado, con el pendular de la cintura para esquivar una mano en camino y la paciencia para buscar un triunfo.
También supo aportar su experiencia a los explosivos, a los ´zapalleros´, a los que imponían el vértigo en cada round, que poco se parecían a los otros pibes más estilistas.
Con sus púgiles recorrió todo el país, fundamentalmente en un tiempo donde el ring del Luna Park era el sueño anhelado por todos. También acompañó a muchos de sus pupilos por el mundo, y así recorrió Uruguay, Brasil, Perú, Chile, Estados Unidos, Japón, Corea del Sur, Inglaterra, Italia, Francia y Alemania. Estos fueron lugares recorridos que le sumaron conocimientos y reconocimientos.
Sus alumnos
Su primer pupilo fue Jorge ´Yuli´ Alassia (el pasado 1 de julio se cumplió un año de su muerte); su primer campeón fue Carlos Reyes Sosa (falleció en el pasado mes de marzo), que se ciñó el cetro provincial de los moscas allá por 1977 y lo perdió en su segunda defensa, contra un pibe de 18 años, oriundo de Huinca Renancó que venía en ascenso y al que apodaban ´Falucho´ y de nombre Santos Laciar.
Pero luego se sumaron muchos títulos más, inclusive campeones provinciales, argentinos, sudamericanos, y otras coronas internacionales.
En su historial como entrenador acompañó en su consagración como campeones a Jorge Bracamonte (argentino), Gustavo Ballas (argentino, sudamericano y latinoamericano y un intento por un título mundial), Sergio Merani (argentino, sudamericano y latinoamericano y varios intentos por títulos mundiales), Laciar (varias peleas defendiendo la corona mundial), Raúl Sena (argentino) y Diego ´Rocky´ Giménez (latino OMB), entre tantos otros. Hubo muchos que a pesar de no lograr un título, dejaron recuerdos imborrables en el boxeo local, como Hugo Sergio Quartapelle.
Varios de sus pupilos amateur llegaron a ser campeones nacionales y ser elegidos para representar al país en competencias como Néstor Fabián ´Mojarrita´ Carranza, en los Juegos Panamericanos de Indianápolis, o Pascual Margara, quien había clasificado a los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, pero el boicot al que se sumó argentina malogró la participación de nuestro país.
También fue técnico del seleccionado argentino, y con el mencionado Carranza estuvo en el Sudamericano y en el Mundial amateur de 1987.
La lista de pupilos recordados se hace extensa, como la admiración y el respeto de todos que supo ganarse, para colocarse a la par de otros grandes maestros del boxeo, como Amilcar Brussa, Juan Carlos Pradeiro, Santos Zacarías, Ubaldo Sacco o Francisco Bermúdez.
De metáforas y sentido del humor
Como en la balanza de la vida, sus pupilos le dieron alegrías y amarguras. Entre los que le provocaron más de un dolor de cabeza, muchas veces eligió alejarse, dejando a un costado intereses económicos personales y la seducción de las cámaras; ya que él proponía trabajo y esfuerzo (el mejor camino para llegar) y el boxeador le respondía con ausencias reiteradas a los entrenamientos, lo que se entendía como una falta de respeto.
Algo característico en Alcides fue su sentido del humor, su consejo oportuno y justo, su definición exacta; su memoria intacta hasta el final, para recordar el dato y el nombre buscado.
Se fue mudando de un bar a otro, en el café de cada mañana, a medida que los vaivenes económicos obligaban a algunos a bajar sus persianas. Uno lo podía encontrar cada día, un rato antes del mediodía, cuando “se escapaba” de la florería, que compartía con su socia de toda la vida: Norma, compañera, esposa y madre de sus dos hijos, Ricardo y Sonia. Su rutina, además del gimnasio, sumaba la cena ocasional con amigos y el mate siempre listo en el gimnasio, para compartir con todos.
De cada pupilo (a los que sabía apreciar como un hijo más) supo guardar más de un recuerdo, transformado en anécdota y en una nueva experiencia, la que inculcaba al nuevo prospecto que se incorporaba al gimnasio.
Sus recuerdos con el ocasional pupilo, podía ser de una vivencia compartida, una anécdota de viaje o alguna situación de pelea; a veces con sabor amargo o también risueño, pero que compartía con sus compañeros de ronda de café con detalles, y con el tinte de buen humor y picardía que desparramaba en cada ocasión.
“Alcides es sinónimo de boxeo en Villa María”, dijo alguna vez el periodista Osvaldo Principi, uno de los críticos más respetados de nuestro país y con esa frase simplificó todo lo que brindó y dejó Manuel Alcides Rivera (tal su nombre completo), nacido en la localidad de Morrison, Córdoba, el 3 de junio de 1938.
Como boxeador se subió apenas 12 veces a un ring, siendo púgil amateur. Como persona, un libro abierto del boxeo y la vida.
Alcides utilizaba la metáfora justa para dar una opinión o brindar un consejo. Hasta supo bromear con su propia enfermedad, que lo había llevado prácticamente hasta la ceguera. Igual hasta el final pedía ir al gimnasio y dar una indicación a esos cuerpos borrosos que se movían cerca.
“Pibe venga. Miré, el sábado va a pelear en Buenos Aires, estará la televisión, verá muchos famosos en el ring side. Tenga en cuenta algo: que las luces del ring lo iluminen y no lo encandilen”, sabía aconsejar al pupilo que se preparaba para una noche que se presagiaba consagratoria.
El rincón ha quedado vacío y parece imposible llenar; es que Alcides dejó un sello imborrable como en cada una de sus frases, que tanto en el ring, como en la vida, tenían que ver siempre con el boxeo. Poco antes de morir, estando internado luego de una nueva descompensación producto de su enfermedad, le dijo a su hijo “¿Sabés una cosa?, me parece que a este round no lo termino”.
TEXTO : GUSTAVO FERRADANS / EL DIARIO (VILLA MARÍA)
FOTO: ELDIARIOCBA.COM.AR