BOXEO ARGENTINO

Ckari, mi mejor maestro de periodismo

Columna de nuestro editor, Andrés Mooney, amigo personal de Ckari Cani Mansilla, quien por estas horas pelea por su vida en un hospital cordobés.

Lastimosamente, me viene pasando seguido. Pero, siempre que ocurre, no lo dudo: la fuente primera y casi exclusiva es, en esos casos, el personal médico. “La familia tiene un vínculo emocional con el paciente, así que lo que digan hay que tomarlo con pinzas”, me digo a mí mismo, como repitiéndome una fría lección de periodismo, y sigo adelante con mi tarea, aun cuando parientes de un boxeador internado pretendan modificarme una nota: “Hola, señores de equis medio. Soy la prima de Fulano. Quiero decirles que está mucho mejor y no como pusieron ustedes, así que espero que lo cambien urgente”, me escriben con frecuencia mientras, por amor a la profesión, resisto y me abrazo a mi callada reflexión que se reproduce en forma de loop: “’La’ fuente son los médicos. En casos de hospitalización, ‘la verdad’ es de ellos”.

Hoy el golpe me llegó por el costado. Esta vez, me conectó de una forma invisible y, sabemos los que con cierta regularidad vemos boxeo, las manos que no se ven son las que más impactan. Luifa me envió ayer una catarata de mensajes como las que suele enviar cuando quiere decir cualquier cosa, pero ahora el contenido era distinto. A Ckari, el último de mis amigos que todavía boxean, lo habían chocado. Un camión había embestido contra su moto, y él estaba internado, grave. Le dije que qué cagada, que lo lamentaba, y que me intentara dar un poco más de información. En ese momento, me entraron mensajes y llamadas de amigos en común con Ckari que preferí no responder: hay situaciones amargas que, me doy cuenta ahora, solo soy capaz de hablar con gente que alguna vez estuvo cara a cara con el sufrimiento más crudo; con los demás, por temor, inmadurez o un poco de cada cosa, me hago el distraído. Entonces, Luifa siguió contándome hasta que me interpeló.

-¿Ya publicaste una nota o vas a publicar algo?
-No, no quiero. No me dan ganas, la verdad.
-Boludo: sirve para que la gente le dé aliento. Hacela.

Sacudí los ácaros de mi ajada ropa de periodista y prendí la computadora. ¿Por quién comenzaba? ¿Por la familia, que estaba sufriendo y con la que me une un lazo afectivo, o con los médicos del Hospital de Urgencias, esos profesionales que habían realizado la embolización hepática que le permitía estar con vida? El manual tambaleó. Un mar de dudas me generó dolores de cabeza y culpa, pero finalmente fui por los dos caminos: Tania, la pareja de Ckari, y el director del nosocomio.

Con esa recolección de datos y la reconstrucción de los hechos, apreté en publicar y salí a caminar. El producto final fue un insulso híbrido que reunió un puñado de datos clínicos. Mi gélido paseo por la Costanera no colaboró para desenmarañar el torrente de contradicciones, pero sí para desanudar emociones. Releí el mensaje que Ckari me había mandado pocos días antes, para el Día del Periodista. “Gracias por apoyar siempre mi carrera. Ya la voy a pegar ja ja”, decía. Escupí unas lágrimas, me volví a cuestionar el método de trabajo y pegué la vuelta.

Esta mañana, la bandeja de entrada del medio de comunicación que dirijo mostraba un mensaje sin leer. Lo abrí y era uno idéntico al que suele llegar cuando el protagonista de una internación es un boxeador (para mí) desconocido. “Hola. Soy el hermano de Ckari. Pusieron que está en terapia intensiva y, en realidad, está en terapia intermedia”, corregía, con un respeto que me incomodó todavía más. Entre las idas y vueltas de mensajes enviados y reenviados por médicos, familiares y amigos, y el llamado con el director del hospital, di por hecho que el “shockroom” donde permanece internado corresponde a la terapia intensiva. Pero no. Y mi error se reflejó nada menos que en el título; un título que pretendió ser lo más informativo posible, evitando expresiones que había escuchado como “grave” y “crítico”: “Mansilla, en terapia intensiva: fue embestido por un camión…”.

Por mi error, la familia, que ya de sufrimientos tiene suficiente, era revictimizada: le tocaba leer un titular que sugería que su hermano/novio/hijo/sobrino/primo estaba peor de lo que realmente estaba. Pedí perdón, edité la nota y, otra vez, a las pocas horas recibí otra enseñanza. “Perdón. Vi eso y reaccioné de cualquier forma. No tendría que haber opinado. Gracias por estar con él”, decía ese hermano que con razón había advertido la equivocación.

¿Por qué nos cuesta tanto ofrecer disculpas? ¿Cuándo nos haremos cargo de las emociones y reacciones que generamos? ¿Cómo es que construimos un mundo en el que “pegarla” solo implica el fugaz éxito deportivo? Las lecciones fundamentales sobre periodismo, casi siempre, se dan fuera de las aulas y las redacciones. Y, en ocasiones, se asimilan en forma de cross zurdo directo al mentón.

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