BOXEO ARGENTINO

No habrá ninguno igual, no habrá ninguno

Por GUSTAVO NIGRELLI (especial para A LA VERA DEL RING)
Si estaba escrito, seguramente él lo había charlado con San Pedro de antemano. Al Flaco no se le pasaba nada. Hacía tiempo comenzó a gestarse este desenlace, cuando se le declaró un EPOC que, a juzgar por lo que fumaba, fue un milagro que fuera recién a los 60 y pico largos.

Osvaldo Bisbal era “El Flaco” para la gente del boxeo y en su infancia “El Mono” para los íntimos, cuando vagaba por los potreros de Moreno y luego Pompeya, aunque mucho no le gustaba, y por eso estaba reservado a quienes conocían su pasado más remoto, que en realidad eran muy pocos.

Tenía 71 años cuando nos dejó el viernes pasado, no de casualidad justo un día boxístico, el que inicia el finde televisado por TyC Sports, la pantalla que él trajo al boxeo y con la que combatió la bandera de remate bajo la que se encontraba la FAB, cuando agarró la presidencia en 1991 tras la muerte de José González. Aunque fue Canal 9 el primero en sostener un ciclo anual.

“Grondonita” le decían en la AFA a sus 20 años, cuando ya era árbitro de fútbol y mostraba aptitudes dirigenciales que luego desarrolló en la Municipalidad –en la que llegó a ser Jefe de Personal y se jubiló como tal- y luego pulió en la sede de Castro Barros 75, primero al lado de Don Ícaro Frusca –eterno Secretario que no quería ser presidente, pero quien verdaderamente mandaba- y luego a la sombra de González.

Pillo, hábil, calle, boliche, café, potrero, noche, mundo, fueron las cosas que suplieron su formación académica convencional, a la que le faltaban algunas materias para terminar el secundario. Hubiese pasado “de una” la facultad de la vida con diploma de honor si lo evaluaban, pese a no haber pisado nunca un aula universitaria.

“El Padrino” para algunos, porque a veces adoptaba ese look como si fuera adrede, vestido de negro, con saco o campera de cuero, solapa levantada y gafas a tono, para que nadie advirtiera qué estaba mirando.

Animal político con excelente manejo del poder, aún enfermo. Respetado, polémico; a veces odiado, también temido; otras amado y querido. Pero siempre admirado.

Ninguna necrológica convencional alcanzaría para resumir su legado en los 24 años que estuvo al frente de la institución madre del boxeo argentino hasta 2015: la TV, las Selecciones Nacionales, los cursos internos de DT y árbitro/juez, y la reglamentación del boxeo femenino, son apenas los más salientes.

La muerte lo sorprendió otra vez en ejercicio de lo que era su cargo natural -que en la práctica nunca abandonó aunque no figurara en los papeles-, ya que hacía unos meses que, en condición de vicepresidente, había retomado su vieja función tras el fallecimiento de Luis Romio.

Las interminables charlas de café -en una época, a diario- enriquecieron incalculablemente conocimientos atesorados para siempre que en ningún lugar podrían aprenderse, incluyendo los de boxeo, pero por sobre todo de manejo, de cintura política, de negocios, de estrategias, siempre orientado a favor del viento. Siempre del lado correcto. No lo iban a agarrar con la guardia baja, ni desprevenido, o mal parado. El Flaco era un ajedrecista sublime sobre un tablero imaginario, 3 o 4 jugadas por delante del resto.

Por fuera frío, serio, impertérrito, hasta apático; al menos así era como se mostraba. Saber lo que en realidad pensaba era un misterio que se llevó a su tumba, en el “Panteón de los boxeadores” en Chacarita, donde quedó alojado. Por dentro ya nadie podrá saber que no coincidía con su imagen externa, porque él así lo prefería.

No demostrar debilidad de ningún tipo era su lema secreto, como los reyes. Tampoco nunca permitió que lo viesen deteriorado como estaba y cuidó ese detalle incluso post mortem, ya que no hubo velorio, apenas un responso religioso de 15 minutos.

El presidente más duradero en la historia de la FAB con 24 años ininterrumpidos y la yapa. Por lejos, el mejor. El Flaco, El Mono, Osvaldo. Bisbal. Todo el boxeo post Luna Park en un solo apellido.

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