BOXEO ARGENTINO

Nunca más

El nuevo abuso de autoridad perpetrado el sábado pasado por los jueces de la pelea Lemos-Hitchins, que le dieron la pelea al local en otro fallo absurdo, hartó. Llegó la hora de poner fin a falsos mitos respecto de qué estilos y virtudes se pondera en la Meca del boxeo y que acá se repiten como himno sagrado.

Por GUSTAVO NIGRELLI (especial para A LA VERA DEL RING)
Que nadie vuelva a decir jamás que en USA premian a los que van al frente. Que nunca vuelvan a poner como ejemplo nada de lo que viene de afuera, menos made in USA. Y menos aún, la transparencia de la FIB como el organismo más “serio” de los cuatro pocos serios que existen
.

Que tampoco se defienda más a rajatabla la honestidad de jueces y árbitros, ni su idoneidad, porque en casos como los del sábado una de las dos cosas falla, y todo el mundo sabe cuál.

¿Hace falta aclarar que nos referimos a la pelea por la eliminatoria mundialista a la corona superligero FIB entre el bonaerense Gustavo Lemos y el yanqui Richardson Hitchins del sábado en Las Vegas, donde los tres jueces –todos yanquis- fueron los únicos que vieron ganar a su compatriota? (Una tarjeta, la de Tim Cheatham, por un escandaloso 117-111).

El árbitro Raúl Caiz Jr –también estadounidense-, tuvo la fina expertiz de llamarle la atención a Lemos por pegar un golpe milimétricamente bajo, con exactitud de VAR; luego otra por un golpe en el glúteo que cualquiera hubiese dejado pasar, pero él no –acertadamente-. Y finalmente, de prevenir un codazo que, pese a estar algo lejos, amenazaba con tocar el rostro de su compatriota. ¿Puede entonces no ver los exagerados amarres de Hitchins durante toda la pelea, algo observado por todo el mundo?

Agarrar no está prohibido, pero hacerlo reiteradamente se torna en una infracción que amerita descuento de puntos y hasta la descalificación por falta de combatividad, si el recurso es constante.

Extrañamente, Caiz vio las tres únicas y sutiles infracciones que “El Eléctrico” cometió en toda la pelea con rigor científico, pero omitió el tsunami de faltas que no sólo se veían, sino que se escuchaban desde la última fila del Fontainebleau, con anteojos negros y de espaldas. ¿El árbitro Caiz es un inepto?

Los jueces vieron ganar al que agarró todo el combate porque no quería pelear. Premiaron al que escapó y rehusó la batalla, y que en los escasos tres o cuatro rounds en los que se plantó mostró mejor técnica, sí, pero obviaron que hubo otros ocho o nueve en los que no se sabía a qué deporte se dedicaba Hitchins si no fuera porque tenía los guantes puestos y estaba sobre un ring. Todos esos, claramente los perdió.

Los jueces permitieron que el único de los dos que estuvo sentido más de una vez durante la lucha (por eso los desesperados amarres), sacara boleto a una chance mundialista contra el sobrehumano puertorriqueño Subriel Matías, una bestia que no sabe lo que es ganar por puntos ya que sus 20 victorias las obtuvo antes del límite. Mirándolo desde ese punto de vista, gracias. Te salvaste, Lemos.

La FIB puso a tres jueces y un árbitro yanquis, en terreno yanqui, para disputar una eliminatoria mundialista entre un local y un argentino, cuando la ética y la sensatez indican que hasta por decoro y prevención debieran ser neutrales, o haber algún grado mínimo de tal. Eso tiene un nombre y apellido: DOLO.

Ahora que no pretenda reparar las cosas ordenando algún tipo de revancha directa, ni darle la chance a Lemos contra el ganador de Subriel-Hitchins (o sea, Subriel), porque no solamente eso no repara nada, sino que acrecentaría aún más la poca seriedad que le quedaba a este organismo.

No son así las cosas, ni se resuelven devolviendo favores, compensando errores, u ofreciendo un nuevo “negocio”. Los amantes del boxeo -por quienes esta gente tiene los bolsillos llenos-, no queremos ver negocios, sino un deporte que tenga transparencia y credibilidad acorde a lo que esta noble disciplina pregona, y que han podrido hasta el extremo.

Solemos mirar al Norte como si desde allí partiera un modelo sagrado y ejemplar que nos refleja perfección, y hasta somos capaces de culpar al espejo cuando la imagen que nos devuelve es desagradable. Pero basta. De una buena vez, ni parecernos, ni imitarlos, ni confiar en sus falsas consignas repitiéndolas como loros, cuando ni ellos se ponen de acuerdo. Mentiras y falsedades nunca más.

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