El Avión Gauto tuvo que apelar a la complicidad del árbitro y a un exagerado localismo de los jueces para salvarse del KO y vencer al “Colibrí” Guerrero en Quilmes el pasado viernes. ¿Era necesario? ¿Fue premeditado, o salió por iniciativa personal de cada quién?
Por GUSTAVO NIGRELLI (especial para A LA VERA DEL RING)
El terror de aquellos que pelean de visitante, con alguna ambición de ganar, es saber que no sólo fueron elegidos para perder ante el local -teniendo en cuenta su record y nivel-, sino además el de que no sólo enfrentarán a su rival y al público, sino también al “aparato”, compuesto a veces por el árbitro y los jueces.
Ellos se encargarán –si la realidad no se comporta como esperaban- de corregirla, obrando como red protectora del promotor de turno, que es quien paga.
Por lo tanto, para estar seguros de un triunfo, saben que sólo el nocaut los salva. O la paliza; o alguna cortadura muy evidente provocada de puño, aunque esto a veces tampoco funciona, porque nada cuesta alegar que fue un choque de cabezas, o directamente un cabezazo y descalificar al visitante, desprotegido. Carne de cañón, casi sin salida.
Resumidamente, todo esto sucedió el viernes pasado en el CSyD El Porvenir de Quilmes en la pelea del “Avión” Agustín Gauto, que como local y favorito se presentó bajo la tutela de su promotora CMP (Chino Maidana Promotions) –integrada por algunos barras de Boca-, con producción televisiva de ESPN.
La lógica indicaba que sería un triunfo fácil para Gauto –casi retador mundialista, que tuvo fecha y todo pero se cayó por la pandemia-, incluso antes del límite.
El problema fue que equivocaron al rival para este momento del bonaerense: el venezolano Luis “El Colibrí” Guerrero, un poco más grande, pesado y fuerte, que si bien tiene un récord mediocre, ha sabido pelear (y ganar) hasta en pluma y supergallo.
Con un aditamento extra: pega. De sus 8 victorias, 7 fueron por KO. Jamás hay que traer a un pegador si no se quiere padecer sobresaltos inoportunos. Y menos ante alguien que viene de perder por KO hace poco, como Gauto.
Cuesta creer que hayan adiestrado de manera semejante a la tropa, cuando en teoría no era necesario, pero lo cierto es que tanto los jueces como el árbitro actuaron como soldaditos obedientes.
Primero el árbitro, Carlos Gómez, buscándole el pelo al huevo al Colibrí cada vez que pegaba, culpándolo de que le bajaba la cabeza cuando muchas veces era el propio Gauto quien entraba con la cabeza gacha, descontándole 1 punto injusto en el 6º por esa acción. Y luego en el 10º, impidiendo el KO del venezolano, sea enfriando la pelea para cortar una cinta adhesiva imperceptiblemente despegada en el guante del Avión, o interponiéndose más de una vez en plena acción de Guerrero injustificadamente. Incluso no contándole al local en una caída de mano nítida. El gong salvó al argentino, cansado y groggy.
Luego llegó el turno de los jueces (Miguel, Codutti y Vainesman), que no sólo le vieron ganar todos los rounds a Gauto menos el 10º, sino que Codutti, con dos caídas y una cuenta válida, falló ese round (el 10º) 10 x 9, cuando pudo hasta haber sido 10 x 7. Su tarjeta fue 99-89. Inadmisible por donde se la mire. ¡Si aunque diera 10 x 7 igual ganaba Gauto!
Pero no sólo ellos fueron partícipes necesarios –y suficientes- del complot. Desde la transmisión televisiva el audio no coincidía con la imagen. Sin cuestionar criterios, quienes lo mirábamos por TV sentíamos que nos decían cosas que no estaban pasando, que eran de otra pelea, o sucedían más en sus deseos, sus cabezas, o en la supuesta lógica, que en la realidad. Un diario de Irigoyen luego publicado y validado por los jueces. Emboscada redonda.
Si uno volviera a ver la pelea, observaría cómo Gauto, aún en los primeros asaltos –algunos de los cuales ganó- desviaba la vista hacia un costado mirando la lona –mala señal-, o se caía de nada ante cualquier fricción –otra mala señal-.
La duda es si todo fue parte de un adiestramiento previo, o si fueron “más papistas que el Papa” y cada cual por sí mismo se puso la camiseta de la organización y buscó quedar bien con el patrón de turno. Da la casualidad de que es otro episodio más –el segundo consecutivo- de un evento televisado por ESPN. (El anterior fue el de Maravilla).
Molesta que nos roben afuera, pero indigna robar adentro, sobre todo la deshonestidad, aunque más que robo fue una pésima y localista actuación del árbitro, y un exagerado fallo, que quizás hubiera sido un empate -93-93 para este cronista-.
No es eso lo que se cuestiona, sino el dolo advertido en algunas situaciones indefendibles e inexplicables. Eso avergüenza; y como dice José Hernández en su Martín Fierro, hay cosas que cuando se pierden, jamás vuelven a encontrarse.