POR FLOR DE KO.- La rica historia del boxeo argentino tuvo una noche de grandeza en el mítico Madison Square Garden de Nueva York. Fue un lunes. Un show montado por el excéntrico Don King. Raro ver al promotor del Luna Park, Juan Carlos Lectoure, haciendo negocios en los Estados Unidos con el empresario de los pelos parados, para una puesta en escena de pugilismo criollo. Bob Arum de Top Rank fue siempre el aliado de ´Tito´ en el país del Norte.
Ese 30 de junio de 1975 se enfrentarían por primera vez dos púgiles argentinos por un título del mundo. El campeón mediopesado de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), el bonaerense Víctor Emilio Galíndez, frente al mendocino Jorge ´Aconcagua´ Ahumada. Pero el plato fuerte, lo que todos los especialistas y aficionados estadounidenses querían ver, era la primera presencia (sería la única) del campeón mundial mediano AMB, Carlos Monzón en suelo norteamericano. Expondría la corona ante el italo-chino-americano Tony Licata. Sí. El retador tenía un padre italiano, una madre china y había nacido en Nueva Orleans.
La semana previa a la cartelera quedó en claro lo conocido que era Monzón. Cuando caminaba por Manhattan fue saludado por mucha gente. No cualquiera es famoso en la Gran Manzana. Entrenó tranquilo y recibió una visita especial: la de Susana Giménez. Eran pareja desde hacía casi un año, cuando se conocieron filmando la película ´La Mary´, dirigida por Daniel Tinayre, el esposo de Mirtha Legrand. Fue la primera vez que Susana se sentaba en un ring side para ver a Carlos en acción pugilística. A Lectoure mucho no le gustaba que las mujeres, los hijos o la familia de los boxeadores estuvieran a su alrededor antes de las peleas. Quizá por eso, por la rigidez de Amilcar Brusa como entrenador, y porque Monzón no quería distraerse demasiado cuando ya tenía la pelea en la mira, el campeón no fue a esperar a Susana al aeropuerto ni compartieron demasiados momentos en la previa. Tal fue así, que un día, la futura ´Diva del Teléfono´ quiso ir de compras y la acompañó por todo Manhattan el periodista argentino radicado allí, Juan Abraham Larena. Eso sí. La presencia de Susana lo condicionó algo en la pelea y hasta reconoció después, que estaba más pendiente de impresionar con su boxeo a ella que al resto de los espectadores. Incluso, al finalizar el combate que Monzón ganó por nocaut técnico en el décimo round, desde el mismo ring le lanzaba besos. Para esa noche especial, Susana eligió un vestido negro que impactaba con el detalle de una peluca pelirroja.
Alguien que también viajó exclusivamente para ver a Monzón fue Palito Ortega, que se fue aterrado del estadio por el castigo que recibió Licata. Ese ring side tuvo más celebridades que llegaron, obvio, por Carlos Monzón. Uno de ellos fue su amigo Jean Paul Belmondo, que se la pasó sacando fotos y filmando detalles en el estadio. También estuvo la actriz Laura Antonelli, muy querida por el santafesino. No se perdió el combate en el estadio otro francés, el exrival de Monzón, Jean Claude Bouttier. Y si hablamos de estrellas del boxeo, se tomó un avión desde Los Ángeles para concurrir al Madison el excampeón mundial Ray ´Sugar´ Robinson. Había sido monarca mediano y no podía perderse la chance de ver a otro mediano del que hablaba todo el mundo. También estuvieron en el estadio, pero trabajando en los rincones, Gil Glancy (dirigiendo a Ahumada) y otro recordado campeón, Willie Pepp, como segundo principal de Licata.
En la semana previa al combate, mientras Monzón saltaba la soga en el Felt Forum, apareció en el lugar nada menos que el mediano colombiano Rodrigo ´Rocky´ Valdez, acompañado de Glancy, su técnico. Fue un pasaje de tensión porque ya se hablaba de un posible enfrentamiento entre ambos para no dejar dudas de quién era el mejor mediano del momento. Monzón nunca derrochó simpatía y desde el equipo de Valdez tampoco intentaban romper el hielo. Hasta que el mango de madera de la soga de Monzón se disparó hacia donde estaba el colombiano. Monzón aprovechó la situación para decir “¿viste qué fuerza que tengo?”. El colombiano le dio la mano y se saludaron. Cuando terminó la fajina y ya saliendo del gimnasio, el santafesino le dijo a su equipo: “¡Es muy chiquito!¡Lo voy a reventar!”.
Era tal la expectativa por un choque entre Monzón y Valdez que hubo un principio de acuerdo entre el argentino y Don King por unos 250 mil dólares, y el empresario hasta evaluó más adelante que ese choque fuera coestelar de la tercera edición ente Muhammad Ali y Joe Frazier en Manila. ¡Qué lindo hubiese sido! Pero al final los dos enfrentamientos que el santafesino le ganaría al púgil de Cartagena, para unificar las coronas de la AMB y el Consejo Mundial de Boxeo (CMB), fueron por otro camino.
Monzón ganó en esa noche del Madison con contundencia. Pero la diferencia de nivel boxístico con su rival fue tal que muchos se fueron del estadio más que impactados por el boxeo del argentino, apenados por semejante castigo recibido por el duro de Licata. Tampoco ayudó, para caerle bien a la prensa especializada, que Monzón nunca generó cierta confianza con ellos y hasta arribó tres horas tarde a una rueda de prensa-entrenamiento en la semana previa.
Compartir cartel nada menos que en el Madison generó algunos ´celos´ entre Monzón y Galíndez. Pero la cosa nunca llegó a mayores por la firmeza de Lectoure y porque ambos equipos se encargaron de que se cruzaran poco. Cuando uno entrenaba el otro llegaba más tarde y así fue toda la agenda previa. Sí hubo algún cortocircuito por la categoría de la habitación que le habían asignado a cada uno en el Pennsylvania Hotel, ubicado sobre la séptima avenida frente al Madison, que hoy funciona con un siglo de vida y que cuenta con 1.700 cuartos.
Solo hubo una frase fuerte de Monzón a Galíndez en público que recuerdan muchos presentes. El santafesino le dijo al de Vedia mientras entrenaba: “Mirá, negro jetón, vos sos feo y yo soy lindo”. Lectoure definía este tipo de situaciones con una frase: “Es muy difícil tener dos vedettes en el mismo teatro”.
La otra pelea en la que hizo foco en especial la prensa argentina fue Galíndez-Ahumada. Es cierto que ya se habían enfrentado tres veces (la primera ganó por puntos el mendocino y las dos restantes antes del límite el bonaerense), pero esta era en Estados Unidos y se destacaba que dos argentinos se enfrentaran por una corona.
Víctor era flamante campeón mundial, lo había conseguido seis meses antes en el Luna Park (fue el primer argentino en coronarse en el máximo reducto del boxeo argentino) venciendo al estadounidense Len Hutchins. Ya la había defendido una vez ante Pierre Fourie en Johannesburgo. Y Ahumada era un buen boxeador que había aprendido la técnica en el ´Mocoroa Boxing Club´ del barrio Cuarta Sección de Mendoza, de la mano del maestro Francisco ´Paco´ Bermúdez. Hacía algún tiempo estaba radicado en Nueva York y venía de dos combates por título mundial. En especial se destacaba uno de ellos, en el que ´lo robaron´ dándole empate ante el campeón Bob Foster en Albuquerque. Pero otra vez Galíndez lo superaría, esta vez por puntos, más allá de la buena actuación del muchacho de barrio Villa Hipódromo.
De esta pelea quedó un detalle significativo: Ahumada subió al ring con dos banderas, la de Argentina y la de Estados Unidos. Él vivía allí y era un boxeador conocido, pero además había podido hacer una buena diferencia económica y llevar una buena vida en el lugar. Después de la pelea dijo que también subió con esa bandera por agradecimiento a todo lo que le había dado los Estados Unidos. “¿Ustedes creen que yo hubiese conseguido todo lo que conseguí de no haber sido por este país?”, comentó más tarde.
La velada no terminó con la victoria de Monzón. No. Tras el combate de fondo el Madison entró en modo cine. Bajó una gran pantalla y se apagaron las luces para transmitir en vivo el combate entre Ali-Bugner desde Kuala Lumpur.
En la semana previa al combate estuvo muy pendiente de la delegación nacional otro exboxedor argentino radicado en Nueva York: el peso pesado Pablo Alexis Miteff, ya fallecido, y que fuera rival de Ali en sus comienzos. Tenía una empresa de remises y utilitarios, y fue contratado para transportarlos durante esos días.
Los argentinos concurrieron a comer toda la semana al restaurante ´La Milonga´, cuyo dueño era un compatriota, ubicado en la novena avenida. Dos detalles gastronómicos que llamaron la atención fueron, que Monzón acompañó todos los días su bife o su medio pollo con dos huevos fritos. Dejaba en claro que no tenía problemas con el peso, pero la guarnición elegida no era una dieta recomendable para un deportista, menos un boxeador. Mientras que Galíndez no comía demasiado, pero sí tomaba mucho líquido, en especial gaseosas. Además, fue el único de los 12 comensales habituales que nunca probó bebidas alcohólicas.
Tras la velada hubo una cena en la embajada argentina ofrecida por el anfitrión Alejandro Orfila. Y al otro día, todos regresaron al país.
Nueva York siempre fue caja de resonancia de las grandes jornadas de deporte, espectáculo, de luchas política y sociales. En aquel junio húmedo y caluroso, encerrados en pocos días actuaron en el Madison los Rolling Stones, se reunieron los Musulmanes Negros, y por las calles céntricas marcharon 10 mil homosexuales peleando por sus derechos. En esa agenda cargada se ganó un lugar el boxeo argentino. Fue hace 45 años, cuando su brillo iluminó la noche del mítico estadio de la octava avenida, con nombres propios.
Hoy la actividad pugilística busca reverdecer sus laureles, en medio de una pandemia que paralizó casi todas las actividades, incluso el boxeo, más allá de algunas veladas perdidas en el mapa realizabas en burbujas aisladas y con barbijos. Otros tiempos.
TEXTO: FLOR DE KO / A LA VERA DEL RING
FOTO: REVISTA EL GRÁFICO