BOXEO INTERNACIONAL

“Canelo”, el artista del ring

El Canelo Álvarez volvió a hacerlo: cumpliendo su rol, ganando bien, irreprochablemente -incluso todos los rounds-, y manteniendo su título mundial absoluto de los supermedianos, volvió a defraudar.

Por GUSTAVO NIGRELLI (especial para A la Vera del Ring)
La industria del boxeo tenía que inventar una pelea para “mover” la maquinaria del Canelo Álvarez a como dé lugar, sin que corra riesgo de derrota, estimulando a la vez lo más posible la inocencia casi estúpida del amante del boxeo.

Pero como –prácticamente- el único que interesa es el yanqui “Bandera Roja” (David) Benavídez (27-0, 23 KO), y en todo caso el cubano David Morrell (9-0, 8 KO), con los cuales no es prudente, se les prendió la lamparita y como para igualar méritos recurrieron a un “campeón unificado”, de los pocos que hay en este momento, aunque demasiados teniendo en cuenta los últimos tiempos en que no había ninguno.

Así surgió el nombre de Jermell Charlo, monarca absoluto superwelter, un par de categorías más abajo pero que con unos kilitos más, amparados en la buena altura y alcance del estadounidense, podría equipararse al menos visualmente a los 76,200 de la categoría supermediano en la que reina el mexicano, cosa que luego podría tomarse como excusa si es que había mucha diferencia y el Canelo lo superaba ampliamente, como sucedió.

Todo lo que se argumentó tras el combate se sabía de antemano. No que Charlo fuese tan… miedoso, pero el resto sí, lo cual lo invalida. El mellizo podrá decir lo que quiera, que sintió la diferencia de peso y contextura física, que eso lo ató, pero nada de lo que argumente podría escapar a las consideraciones previas de cualquier púgil, que si de algo saben es del tema de los kilos.

Charlo asumió desde mucho antes de la pelea el papel de partenaire como todos los rivales del Canelo, principalmente porque les conviene. Esa es una realidad incontrastable e indiscutible.

Y al Canelo le conviene que los demás adopten esa mansa actitud, porque eso le permitirá cuidar mejor su negocio, para el cual lo único que debe hacer es entrenarse como el profesional que es y subir impecable, como subió. Al revés de muchos que a veces especulan con el gimnasio, pero a la hora de subirse al ring se transforman y dan todo, como lo hacían sin ir más lejos Mano de Piedra Durán, acá el propio Jorge Castro, y tantos otros.

El negocio del Canelo sin embargo es el gimnasio y la imagen para ganar el round cero. Que nadie tenga nada que decir de él desde lo visual, porque bastante bien le pagan para hacer su trabajo, que -él considera- está fuera del ring. Una vez que comienza la función, el libreto está escrito y sólo hay que ejecutar la obra, que incluye devolución de favores y un pacto implícito de respetar al rival, sin noquearlo -si es que se presenta la chance-, ni dañarlo de más –en lo posible-, ya que la pelea es en serio, sólo que con límites.

Por eso jamás hay tensión ni dramatismo en sus peleas, desde hace mucho tiempo. Por eso es como una película que ya se vio, con final feliz. Se sabe que el malo muere y que el galán de turno se casa con la chica.

Y cada nuevo capítulo tiene el mismo formato, con distintos protagonistas, salvo el superhéroe, el que vende, el que triunfa, y quien además hace que el circo gire y cada cual reciba la parte de la torta correspondiente por su indispensable labor, que todos saben cuál es, incluso el antagonista.

Nos incluye a todos: los espectadores también. Luego rompemos los boletos, nos vamos maldiciendo por lo bajo, arrepentidos, sin derecho al pataleo porque el pacto se cumplió, hubo 12 rounds, hubo golpes, hubo dos boxeadores, títulos en juego, justicia, ¿qué más?

Nadie puede reprochar nada, ni siquiera los cándidos que pagaron el PPV, que en la próxima volverán a hacerlo y renovarán los votos. El problema es cuando uno analiza, y de pronto descubre que debajo de la cuerda floja del trapecista había una red.

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